Por un 2011 junto a vosotros...

A menos de 24 horas de finalizar el año, sólo me queda echar la vista atrás y ver todo lo que han significado estos 365 días que han estado llenos de momentos buenos y no tan buenos, de instantes que quisiera recordar toda la vida y de otros que desearía que hubiesen sido de otra forma, pero de los que he aprendido mucho. Si tuviera que buscar un símil para este año lo haría con el de una montaña rusa, hoy arriba, mañana abajo. Hoy me quito la coraza para hacer recuento de este 2010…

Comencé el nuevo año comiéndome más uvas de la cuenta y con mi familia lejos, pero con muchas ganas de convertir al año que recibía como uno de los mejores de mi vida, con proyectos y metas de futuro como la de mejorar el empleo y optar a un piso, entre otras, metidas en el bolsillo. Algunas de esas metas pudieron ser, otras no… pero con paciencia y constancia todo se consigue.

Durante todos estos días he reído sin parar junto a muchos de vosotros hasta que nos ha dolido la barriga, se nos han saltado las lágrimas y después no hemos recordado el porqué nos reíamos tanto. También he agachado la cabeza y he llorado con la cara descubierta, me he sincerado conmigo misma y con quién se ha ganado mi confianza a pulso. He sido consolada y he consolado. He apretado los puños y la cabeza contra la almohada de rabia… Gracias a Dios, hay gente que ha estado ahí como agua de mayo. Por todos esos momentos os quiero dar las gracias, vosotros sabéis quienes sois.

También he compartido con alguien muy especial instantes preciosos viajando, visitando otras ciudades, construyendo un futuro cercano,soñando,… Momentos que no se olvidan en la vida, por mucho que pasen los años, momentos que perduran más que las fotografías y que te invitan a soñar y a mirar al mañana con mucha ilusión y con una sonrisa de oreja a oreja. De verdad, de todo corazón, deseo lo mejor para ti.

No puedo hablar del año y no mencionar la puta crisis económica, que ha hecho mella en mí hasta límites que nunca imaginé. Aún pudiendo haberme tomado las cosas a otro ritmo, desde una perspectiva mejor, esforzándome como lo he hecho y comprendiendo que hay cosas que no están en mi mano, no lo hice así. Mi ánimo y estima cayeron en picado, y con ellos mi salud. He sentido una presión muy grande todo este tiempo, exigiéndome cosas irreales. Por fin conseguí entender que mi salud va por encima de todo eso. Tal y cómo he dicho antes, las cosas se consiguen con paciencia, tiempo y constancia. La vida se vive una vez, y yo no la voy a vivir estresada.

No quisiera dejar pasar la oportunidad de recordaros a cada uno de vosotros y de dar las gracias a mi familia por apoyarme en cada una de mis cosas. Me he dado cuenta de que tengo una madre y unas abuelas que valen millones; al mejor hermano del mundo aunque sea muy callado, y a una cuñada que es más que eso, es una hermana. También me he dado cuenta quién se ha ganado a pulso la palabra amigo/a y con quién no quiero dejar de estar en contacto ni un solo día (mis conversaciones a diario contigo se han convertido en el pan nuestro de cada día, ya lo sabes) durante el próximo año y a quién quiero tener muy cerquita.

En definitiva, a todos los que estáis y habéis estado este año (y a los que habéis llegado por la cara consiguiendo un hueco grande y haciéndome recordar que soy pequeña de estatura pero muy grande a la vez ;) ) aguantando mis manías, gracias. Todos y cada uno de vosotros sois especiales en alguna manera y no cambiaría ningún instante, bueno o malo, de los vividos con vosotros. Porque de ellos he aprendido, me han hecho madurar y me han enseñado a quererme por encima de muchas otras cosas menos importantes.

Esta noche muchos de vosotros estáreis lejos, pero brindaré como si estuviérais al lado. Si con algo me quedo de este año son con las risas, las verdades contadas y demostradas, los abrazos sinceros, las ilusiones,… y con aquel partido de fútbol que tanto me cambió el chip. A todos, mis mejores deseos para 2011.

Será mi año. Será nuestro año, y lo veremos juntos.

Pájaros en la cabeza...

No sé qué pasa. Esto está comenzando a convertirse en una guerra interna conmigo misma o algo parecido. La cosa es que siento como si llevase un elástico en mi interior. De una punta tira mi cabeza, y de la otra mi corazón. Voy escuchando una voz en mi mente que me dice ‘haz esto’ o ‘haz lo otro’ que es bueno para ti, mientras que mi corazón siente cosas, muchas veces, contradictorias. A veces ella es más fuerte y, en ocasiones, lo es él. La cosa es que mientras uno y otro van tirando y aflojando me voy dando cuenta de que no sólo me afecta a mí, sino que esa goma va golpeando a cuánto me rodea. Mi corazón y mi cabeza ya podrían ir por el mismo camino… Ya podría sacar esos pájaros de la cabeza.

Pienso que en cualquier momento esa goma puede romperse y pegarme en la cara. No sé qué hacer, ni cómo actuar, si hago bien o hago mal. Es un ni contigo, ni sin ti. Es un blanco y negro, arriba y abajo, amor y odio que a veces me deja sin aliento. Es un querer ponerme de acuerdo conmigo misma sin salpicar a nadie. Escapar o quedarme… Pienso que poner tierra de por medio es una buena solución, pero por momentos siento que he vuelto a echar raíces en este lugar… ¿Y si me voy y sigo llevándome mis contradicciones? ¿Y si me voy y pierdo algo importante? ¿Y si me quedo y es para nada? No sé cuánto tiempo será así… 

Hay días en los que me veo atrapada en una espiral donde todas las cosas buenas y malas que me están sucediendo se agolpan entrando a la vez en mi mente. Intento quedarme con las buenas y olvidar las malas. Intento disfrutar de lo que tengo sin pensar más allá de lo que es o de lo que podría ser. Intento ser fiel a mí misma, a lo que pensé, a lo que pienso… y me doy cuenta que los esquemas sólo son eso, ideas que puede que jamás se cumplan… y que la vida se va conformando día a día con lo que sucede, con los que te quieren de verdad, y que lo tenga que ser será, piense más o piense menos…

Que me deje llevar... Lo intento.
Ya sé que estos días voy y vengo. Aparezco y desaparezco. Río y lloro. Aprieto los dientes y cojo aire con la mirada perdida. Lo siento, de verdad. No es mi intención.

Esta carta es para ti...

Me niego a olvidarte. Para mí, sigues estando presente en cada rincón de mi vida, en cada pensamiento. Te veo sentado en el sofá de mi casa, sonriéndome sin hablar mientras mueves la pierna con tu periódico en la mano. Siento tus abrazos en los momentos malos, y tu tranquilidad en los buenos. Aún recuerdo cómo me consolabas cuando lloraba y cómo calmabas mi mal humor con un par de palabras amables cuando me enojaba, que era muy a menudo.

Tus brillantes ojillos verdes los tengo clavados en la mente, al igual que la forma en la que me pinchabas la cara con tu bigote blanquecino cuando me dabas mimos. Tu olor sigue aquí. El ruido de tus caramelos en el bolsillo de tu pantalón resuena en cada habitación. Te debo muchas cosas. De ti aprendí que hay que ser humildes, ante todo, a no alardear de lo que se tiene ante los demás y a llevar la bondad y la paciencia por delante de todo. Conmigo fuiste muy paciente, quizás más que nadie en la vida. Fuiste cómplice de mis travesuras y las historias que me contabas siempre llenaban de ilusiones y amor mi corazón. Eras (y eres) un señor de los pies a la cabeza, de esos que ya no quedan, de esos que se quitan la chaqueta si una mujer tiene frío y que lo entiende todo sin necesidad de hablar. Todo lo que pueda escribir sobre ti es bueno y poco.

Parece que fue ayer cuando me traías chuches al recreo, o me llevabas de la mano al colegio. Parece que fue ayer cuando me dijiste que cuidara de ella el resto de sus días antes de marcharte. Me diste esa misión que sigo cumpliendo con todas mis ganas con el paso del tiempo. Tengo que confesarte que hay noches en las que te hablo, deseando que allá donde estés puedas escucharme y alegrarte de lo que hago; pero no quiero que sufras cuando yo lo hago, no quiero que me veas apretar la cara contra la almohada. Te cuento todas las cosas que quiero hacer en la vida, todas mis ilusiones, y en ocasiones te pregunto cómo estás… No puedo evitar acordarme de cuando jugábamos a las palabras encadenadas o de cómo comíamos los tres helado de turrón hasta acabar con la tarrina de una sentada.

¡Qué tiempos aquellos! Parece que fue ayer… y ya hacen muchos años desde que me dejaste aquella fría noche de Navidad… Desde que cerraste tus ojos, que se fueron apagando poco a poco. Yo ya he crecido, ahora soy toda una mujer. Una mujer que se acuerda de ti cada día que pasa. Una mujer que te echa de menos en cada momento. Fuiste para mí más que un abuelo, eras un padre, eras mi yayo. Mi yayo, que tantas cosas me había aguantado y del que no me pude despedir como hubiese querido… Esta carta es para ti, yayo. Quiero que sepas que, estés dónde estés, sé que volveremos a vernos algún día, volveremos a abrazarnos y a reírnos juntos. Quiero que estés orgullosa de mí y que no te preocupes cuando me veas liarme la manta a la cabeza cuando sienta que no puedo más con los problemas, sabes que siempre he sido fuerte…y seguiré siéndolo hasta el fin de mis días. Sabes que siempre te he querido y que no te olvido por mucho que pase el tiempo, yayo. Te echo de menos. Te quiero.

Navidades es un tiempo de pasarlo en familia y con los que más quieres… Para mí es imposible no acordarme de los que me faltan, y más de mi yayo Miguel. Fue la primera gran pérdida que tuve en mi vida que, para más inri, fue en estas fechas tan señaladas…

Sigo siendo rica...

Un año más llegó el ‘Gran Sorteo’ y un año más mi cuenta corriente no sufre considerables cambios positivos. Estaba claro que el Gordo de Navidad no me iba a tocar... aunque otras ‘loterías’ sí que me las llevo… Sin embargo, no me puedo quejar, tengo salud (¿es lo que se dice uno mismo para consolarse, no?) y buenos deseos para el próximo año: bienestar, un buen trabajo, una plaza en la administración pública, seguir formándome, salud y felicidad para los míos, viajar,…

Con esto me he parado hoy a reflexionar sobre cómo está siendo esta Navidad, desde luego de lo más atípica, diría yo. Particularmente, estas fechas no me emocionan mucho, pero este año tiene un color especial…yo diría que hasta tiene un olor particular. No sé porqué, pero creo que las luces brillan más que otros años y tengo más ganas que nunca de reencontrarme con la gente que regresa a casa por Navidad y con la que normalmente, por motivos varios, no tengo cerca el resto del año. Y, por supuesto, de disfrutar de cada momento de todos los que están cerca.

A pesar de la lluvia que no cesa, a pesar de las aglomeraciones de personas en el centro, a pesar de todos los pesares ocurridos, siento que estos días el mundo gira a un ritmo diferente, a un ritmo que parece que me dice “Patri, tómate tu tiempo y respira y mira que tienes muchas ventanas abiertas”.  No me habrá tocado la lotería, pero siento que soy rica en otras muchas cosas.

Veo... ¿señales?

¿Vosotros creéis en el destino o en las señales? ¿Pensáis que las cosas, si pasan así, es por algo en concreto? ¿Nuestro destino está escrito de antemano o lo vamos escribiendo nosotros? Hoy me he levantado con un montón de preguntas de este tipo en la cabeza. Desde siempre, me he cuestionado porqué las cosas son como son y no son de otra manera; porqué esto es así y no de otra forma; porqué aquí y no allí,…

Llevo ya algunos meses escuchando a una persona, muy convencida en su teoría, de que las señales existen, que lo único que hay que hacer es aprender a verlas y a seguirlas. Yo, haciendo caso de su consejo, salgo a la calle cada día con los ojos bien abiertos, los oídos puestos en cada sonido, y el olfato por si haciera falta también, para percibir cualquier tipo de señal. Me sentía un poco rey mago persiguiendo una estrella (que no veía). Hasta el momento, que yo crea, sólo me he topado con las señales de tráfico…

Sin embargo, ayer fue diferente. Los que me conocéis sabéis que llevo ya algún tiempo, más largo que corto, desanimada con mi situación laboral (sí, sé que como millones de personas, pero a cada uno le duele más lo suyo) hasta el punto que, envuelta en miedo, me ha llevado a plantearme el salir fuera de España, como han hecho ya miles de personas, para recobrar esa seguridad en mí misma que hace un tiempo perdí.

Por eso quería compartir con vosotros lo que me pareció una señal, o al menos se le parecía desde bastante lejos. Hace un par de semanas estuve visitando Granada y vine muy enamorada de esa ciudad, hasta tal punto que llevo todos estos días diciendo en casa que yo me quiero ir a Granada a trabajar. Allí me sentía como en mi propia ciudad.

Pues bien, ayer por la tarde recibí en mi correo una oferta de viaje para pasar unos días en Granada, algo muy común por estas fechas y por el amplio número de emails que nos llegan cada día con publicidad. Bueno, eso no tenía importancia. Lo que sí la tuvo fue por la tarde. Cuando llegué a la academia donde me preparo unas oposiciones, lo primero que me dicen es que han salido plazas en Granada… En ese momento creo que me quedé un poco sin respiración porque me dije a mí misma: ¡¡Quiero una!!

¿Será eso una señal? ¿Será un cúmulo de casualidades? No sé que será, pero eso enciende una chispita en esta caldera que hace tiempo que no arde... ¿Vosotros qué pensáis?

Hoy quiero dedicarle una frase a una persona que sé que lo está pasando mal. Siempre me dijiste que hay que aprender a bailar bajo la lluvia. Hoy te digo yo que si lloras porque no puedes ver el sol, te estarás perdiendo las estrellas. Ánimo, disfruta de cuanto te rodea, que no es poco, y si lloras que sea de alegría, no por la pena que otros te causen. Un fuerte beso.

Más allá de las apariencias...

Desde pequeña siempre he estado obsesionada con el espectáculo que nos brinda el cielo por la noche. Podía pasarme horas y horas, asomada a mi ventana, mirando las estrellas, intentando imaginar qué había más allá de esas luces y preguntándome si algún día podría viajar tan lejos. Llegar más allá de lo que veían mis ojos.

Entre todo, lo que más me llamaba la atención era la Luna, a veces tan pequeñita como me sentía yo, y en otras ocasiones tan grande que parecía tener luz propia. Siempre me habían explicado en el colegio que se trataba de un satélite, pero para mí, sin duda, era algo más, era como si fuese la reina de la noche... una solitaria reina. Su tez plateada me despertaba pena, y sus cambios de tamaño, como si algo le afectase, me cautivaba.

En ocasiones, cuando me despertaba en mitad de la noche y veía su reflejo en las persianas, no podía evitar sentarme en la cama y tomarme un rato para contemplar el magnífico espectáculo que nos brindaba el universo, y que en ocasiones olvidamos apreciar.
Otras veces, mientras viajaba en coche por las noches, me quedaba dormida contemplándola, e incluso notaba la sensación de que ella me estaba observando. Ella era mi fiel amiga, una confidente que cada noche se asomaba a mi ventana para verme reír o para verme llorar. A la que le contaba tantas cosas en silencio...

Un día descubrí que la Luna no estaba tan sóla como había creído hasta el momento. Vi más allá de las apariencias y comprendí que el Sol, el astro rey, la estrella de nuestro propio sistema solar, la seguía en cada amanecer intenando alcanzarla. Ella hacía lo mismo por encontrar su calor en cada ocaso. Yo no lograba explicarme porqué, no lograba entender ese amor tormentoso. Aún sabiendo que era imposible encontrarse cada uno seguía la estela del otro... imparables, incansables... enamorados.


Pronto entendí que no necesitaban estar juntos para amarse. Comprendí que, aún en la distancia, el Sol ardía de pasión por la Luna, y que ella soñaba con el Sol. Las estrellas los iluminaban testigos del amor. Siempre les quedaba el sonreírse en los amaneceres, y admirarse en los atardeceres.
Cómo dice la canción "tres de azucar en el cafe la vida ya es bastante amarga"

En un mundo de limones...

Cuando ya daba por perdido cualquier atisbo de humanidad y humildad en las personas, ayer me di cuenta de que no es así. Las buenas personas existen, están ahí, aunque quizás nuestra propia ceguera no nos deje verlas. Pero sólo hay que esforzarse un poco y mirar más allá de nuestras propias narices para darnos cuenta de que son una especie en peligro de extinción pero no extinguida. Son personas empáticas, no egoístas y valoran más lo que tienen que lo que quieren y no pueden. Son personas que no se obsesionan con cambiar a la gente de su alrededor y que las aceptan y tal cómo son. Estas personas, señores, existen. Una vez que las hayamos localizados hay que valorarlas y conservarlas para siempre.

Ayer, hablando con un buen amigo, me contaba que él nunca se había enamorado pero que, ahora que lo había hecho, era capaz de dejarlo todo por estar con la persona que quería. Era capaz de dejar atrás trabajo fijo, casa y otras cosas materiales por ir a buscarla a la otra punta del mundo. Al principio pensé que estaba loco, pero poco a poco me di cuenta de que no era así... Me contó que a él no le servía de nada tener muchas pertenencias si no tenía a alguien que lo abrazara por la noche cuando llegase a casa, que se preocupase por él cuando se pusiese malo o que lo llamase a media tarde para ver cómo le iba el trabajo… y que lo iba a conseguir fuera aquí o en Pekín… y allá que se ha lanzado a nadar ¡Chapeau por él!

Desde luego a mí me dejó con la boca abierta y con envidia sana por la chica...

Yo soy de las que piensan que en este mundo de limones tiene que existir, en algún lugar, nuestra media naranja… sólo hay que oír a nuestro corazón y dejarnos llevar…

Hoy os dejo con Calderón de la Barca:
"Cuando el amor no es locura, no es amor"

En calma...

Ya llevaba mucho tiempo sentada en la orilla de aquella playa, mirando cómo las olas del mar revuelto golpeaban mis pies, dejando que el viento, que se iba tornando cada vez más frío, llenase de desconsuelo cada rincón de mi ser. El cielo estaba gris, a punto de llover, y las gaviotas habían desaparecido del firmamento hacía ya algún tiempo. Sólo se escuchaba el rugir de las olas… y en mi interior, una voz desgarradora que me partía el alma. Una voz que me preguntaba porqué yo, porqué a mí… una voz para la que no encontraba consuelo.

Mientras permanecí allí, vi cómo otras personas se habían acercado a la misma orilla, pero pronto la habían dejado atrás. Otras huellas pisaron tras las suyas para ayudarles a salir de aquel frío sufrir. Nadie había seguido mi camino para poder tenderme una mano. No tenía fuerzas para levantarme y salir corriendo de allí y olvidar aquel mar revuelto. Cada vez tenía más y más frío. Me tumbé en la arena y me fui encogiendo poco a poco esperando a que llegase mi final. No me podía mover. Comencé a dejar de escuchar y casi no podía ver con claridad. El frío estaba congelando mis pulmones y me costaba respirar. Había llegado mi hora y yo estaba lista.

Cuando estuve a punto de perder mi último aliento, ese último suspiro que nos arranca de la vida, sucedió. Un calor muy adentro de mí se iba apoderando de mi cuerpo, un calor que se hacía más y más grande y que me iba ayudando a recobrar la respiración. Podía mover los dedos y notar la arena, que se iba calentando conmigo. Podía notar como el aire también se fue haciendo más calido. Entre las nubes, un rayito de sol se dejaba ver. Cuando quise darme cuenta, vi cómo parte de ese calor venía de la gente que me quería ayudar. No los había visto hasta el momento porque no había sido capaz de mirar a mí alrededor, no había sido capaz de mirar más allá de mi pena, pero habían permanecido allí, junto a mí, todo este tiempo. Supe que la vida me estaba dando otra oportunidad. Una oportunidad que no iba a desaprovechar por nada del mundo. Supe que no estaba sola, que estaban los de verdad.

Y es que por muy duros que sean los golpes en la vida, o por muchas olas que haya en el mar, siempre hay que estar dispuestos a nadar. Yo lo hice y encontré la calma.

Hoy os dejo con una frase de La Fuga, de la canción P’aquí, p’allá:
“No me importa el qué dirán me importan los de verdad los que comparten mis días” 

Y con un cuento precioso de Jorge Bucay
[…] Alguien que no puede evitar darme una noche de sufrimiento, no se merece mi amor […]

Princesa sin castillo

Hoy miro por la ventana y veo los restos de un castillo hecho pedazos. Era una fortaleza construida a base de esfuerzo diario, respeto, dedicación, amor y cariño. El castillo estaba custodiado por dos personas: un príncipe y una princesa. Mientras la princesa oponía resistencia a las tormentas y guerras, luchando contra viento y marea; el príncipe, que también lo había hecho hasta el momento, un día se cansó, se dio por vencido y abandonó su misión sin esforzarse.

Pensó que lo mejor para él sería desterrar a la princesa y derruir el castillo para construir uno nuevo. En ese momento no pensó en la princesa, en las ganas de luchar y el coraje que tenía para mover montañas si hacía falta. No pensó en todo lo conseguido hasta el momento, en todas las nuevas torres que habían prometido construir juntos... todo aquello cayó en el olvido. El príncipe optó por quedarse de brazos cruzados ante la adversidad, abriendo las puertas a la invasión, la destrucción y el expolio... El príncipe abrió las puertas del castillo a la derrota.

La princesa daba sus últimos gritos de guerra para no abandonar el fuerte, pero poco a poco se fue dando cuenta de que el príncipe, ese que tantas guerras había librado a su lado, ese que la ayudaba a levantarse en cada golpe de cañón, ese príncipe ya no estaba. Se había cansado. Pensó que todo era una ilusión, un espejismo, que no le podía estar pasando a ella, otras vez no.

A pesar de todo, se negaba a pensar lo que su corazón le gritaba a cada segundo del día: no quería creerlo, no quería asimilarlo, pero sabía que el príncipe necesitaba construir un nuevo castillo junto a una nueva moradora. Una habitante que, seguro y en contra del deseo de la princesa, no tardaría en llegar. Una nueva moradora que le sustituyera y que, estaba segura, no iba a luchar con tanta dedicación y cariño.

La princesa no tuvo más remedio que recoger los pedazos de su alma y abandonar el castillo en contra de su voluntad, dejando atrás todo lo que una vez formó parte de su vida, todo lo que alguna vez le perteneció: la ilusión, el cariño, las promesas, la comprensión. Todo. A pesar de todo lo sucedido, no le guardó ningún rencor al príncipe y supo que, tarde o temprano, se encontrarían en el camino y le demostraría que ella había sido capaz de forjar un castillo cien veces más seguro y estable que cualquiera habido en el mundo.

...Lo siento. Hoy es uno de esos días en los que te entristece no tener un reino donde reinar… o no tener un trono con quién compartir. Se me ha escapado de las manos de repente. Quizás mi destino no sea tener un castillo, quizás el mío me depare ser una trovadora y llevar por doquier mis palabras. Tal vez mi sino sea el de llegar y el de marcharme, el de estar aquí y allá, el de estar y no estar. El de pasar por la vida de muchas personas para no quedarme en la vida de nadie. Quizás cómo dice la canción “no soy mala hierba, sólo hierba en mal lugar”.

Os deseo a todos un feliz puente.

Hoy me despido con una frase que debo aplicarme:
“No es grande aquel que nunca falla si no el que nunca se da por vencido”

Esos pequeños detalles..

Al ir a coger el coche esta mañana me he dado cuenta de que, justo al lado del mío, estaba el coche de mi tío, al que hace ya algún tiempo que no veo. Me ha dado tanta alegría saber que estaba por mi barrio que, ni corta ni perezosa, se sacado papel y boli para dejarle un mensajito. Decía lo siguiente:
“¡Qué madrugador eres, tito! Recuerda que hay que disfrutar cada día como si fuera el último. Piensa qué motivo tienes hoy para ser feliz y olvidar todo lo malo. Pasa un buen día. Tu sobrina favorita. Patri”.
Tras engancharle el papelito en la puerta del coche y montarme en el mío me he dado cuenta de la importancia que tienen en mi vida esos pequeños detalles. Una llamada oportuna, una frase bonita, una carta de alguien querido en el buzón, un ¿cómo estás?, un abrazo sin pedirlo… en definitiva, esos gestos que nos hacen a todos un poco más felices y nos dan motivos para sonreír.

Al igual que soy una persona muy detallista con quien lo merece, pienso que yo me merezco también esa clase de gestos. Los que me conocéis sabéis de sobra que no me gustan las frases regaladas, ni tampoco me gusta la gente que regala frases a todo el mundo, a diestro y siniestro, sin discernir. Esa clase de personas me genera desconfianza porque si las regalan a todo el mundo las personas que de verdad lo merecen, y que están día a día ganándose ese gesto, dejan de ser especiales. ¿Qué sentido tiene que me hagan el oído a mí y a 100 personas más? Una de las cosas que más me gustan en esta vida es el sentirme especial por algún motivo y, si puede ser, sentirme especial y única para alguien.

Pero esto es la pescadilla que se muerde la cola. Porque para mí, alguien especial, es alguien que lleva ya el tiempo suficiente en mi vida como para que conozca todos mis defectos y manías, y aún así siga queriendo estar en mi vida. Y viceversa. Esto no se gana de un día para el otro, se gana a pulso con saber estar (no de cualquier forma), con buenos consejos, con apoyo, con risas y con confianza. Tampoco soy de las que dejan entrar a formar parte de mi vida a cualquier persona, ni va abriéndole la puerta a todo el mundo. A mí no me gusta engrosar la lista de conocidos que igual que llegan al poco tiempo se van, prefiero mantener la lista de amigos y esforzarme por mejorar gracias a ellos.

Yo soy de las que luchan cada día por quien merece la pena.
A todos los que andáis conmigo por estos estrechos senderos de la vida: muchas gracias. Merece la pena emplear cinco minutitos de mi tiempo en haceros felices. Os quiero.

Hoy os dejo con una frase de Khalil Gibran:"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente"

No llueve eternamente...

Lo primero que he hecho esta mañana, tras abrir los ojos al despertarme, ha sido salir corriendo a toda prisa a desempañar la ventana de mi habitación. Si el cristal no me deja ver con claridad que, al menos, sea por culpa del frío que hace fuera, y no del que yo sienta en mi interior. Me niego. Así que hoy, tal y cómo me he propuesto, he vuelto a echarle leña a mi corazoncito hasta que he entrado en calor y he recobrado el aliento. Sólo así he podido ver la paleta de colores que se me presentaba, a pesar de la lluvia de estos días,… Y hoy escojo pintar en verde.

Dicen que el verde es el color de la esperanza y que puede expresar juventud, descanso, equilibrio e incluso deseo. Lo cierto es que es el resultado armónico de mezclar el amarillo del sol con el azul del cielo, ¿será esto que veo más allá de las nubes que nos cubren? No lo sé, pero mi cuerpo me pide salir a mojarme con la lluvia, bailar con mi paraguas, saltar en los charcos… Hay una frase motivadora que dice que “hay que aprender a bailar bajo la lluvia”, pues yo, si me toca hacerlo, prefiero ir armada con un paraguas de colores (si fuese en sentido literal iría también con un buen chubasquero, todo sea dicho). Pero, ¿por qué pensar en la lluvia cuando algún día tiene que salir el sol? Mejor quedarnos con ese instante y no estancarnos en lo malo que ha pasado, en cómo hubiese sido si hubiéramos actuado de otra forma ¿no? Si es que, como dice la famosa frase de la película El Cuervo, “no llueve eternamente”.

Hoy os dejo con una frase de Dale Carnegie:
"Preocúpate más por tu carácter que por tu reputación. Tu carácter es lo que realmente eres, mientras que tu reputación es sólo lo que los otros creen que tú eres".