En calma...

Ya llevaba mucho tiempo sentada en la orilla de aquella playa, mirando cómo las olas del mar revuelto golpeaban mis pies, dejando que el viento, que se iba tornando cada vez más frío, llenase de desconsuelo cada rincón de mi ser. El cielo estaba gris, a punto de llover, y las gaviotas habían desaparecido del firmamento hacía ya algún tiempo. Sólo se escuchaba el rugir de las olas… y en mi interior, una voz desgarradora que me partía el alma. Una voz que me preguntaba porqué yo, porqué a mí… una voz para la que no encontraba consuelo.

Mientras permanecí allí, vi cómo otras personas se habían acercado a la misma orilla, pero pronto la habían dejado atrás. Otras huellas pisaron tras las suyas para ayudarles a salir de aquel frío sufrir. Nadie había seguido mi camino para poder tenderme una mano. No tenía fuerzas para levantarme y salir corriendo de allí y olvidar aquel mar revuelto. Cada vez tenía más y más frío. Me tumbé en la arena y me fui encogiendo poco a poco esperando a que llegase mi final. No me podía mover. Comencé a dejar de escuchar y casi no podía ver con claridad. El frío estaba congelando mis pulmones y me costaba respirar. Había llegado mi hora y yo estaba lista.

Cuando estuve a punto de perder mi último aliento, ese último suspiro que nos arranca de la vida, sucedió. Un calor muy adentro de mí se iba apoderando de mi cuerpo, un calor que se hacía más y más grande y que me iba ayudando a recobrar la respiración. Podía mover los dedos y notar la arena, que se iba calentando conmigo. Podía notar como el aire también se fue haciendo más calido. Entre las nubes, un rayito de sol se dejaba ver. Cuando quise darme cuenta, vi cómo parte de ese calor venía de la gente que me quería ayudar. No los había visto hasta el momento porque no había sido capaz de mirar a mí alrededor, no había sido capaz de mirar más allá de mi pena, pero habían permanecido allí, junto a mí, todo este tiempo. Supe que la vida me estaba dando otra oportunidad. Una oportunidad que no iba a desaprovechar por nada del mundo. Supe que no estaba sola, que estaban los de verdad.

Y es que por muy duros que sean los golpes en la vida, o por muchas olas que haya en el mar, siempre hay que estar dispuestos a nadar. Yo lo hice y encontré la calma.

Hoy os dejo con una frase de La Fuga, de la canción P’aquí, p’allá:
“No me importa el qué dirán me importan los de verdad los que comparten mis días” 

Y con un cuento precioso de Jorge Bucay
[…] Alguien que no puede evitar darme una noche de sufrimiento, no se merece mi amor […]

2 comentarios:

  1. Niñaaaaaaaa, tu sigue nadando, que en la orilla te estaremos esperando muchos! muaaa

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  2. Me gusto mucho tu post... Es cierto, que muchas veces nos sentimos ahogándonos y son muy pocos los que están a nuestro lado para darnos la mano y acercarnos a la orilla. Pero cuando llega ese momento, ahí están los de verdad...

    Un beso cielo

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